La respuesta de la mayoría de las agencias y organizaciones internacionales a las crisis humanitarias ha incorporado en los últimos años los componentes de salud mental y apoyo psicosocial. Ambos componentes que están estrechamente relacionados y se consideran complementarios, son considerados imprescindibles de implementar en las emergencias por la mayor parte de actores humanitarios.
Las emergencias humanitarias ocasionadas por violencia social, por conflictos armados, por eventos climáticos extremos que llegan a producir catástrofes naturales, o por brotes epidémicos no solo producen una asoladora destrucción en las zonas afectadas, también causan un gran número de víctimas. Independientemente de la naturaleza de la crisis, estas suelen provocar importantes desplazamientos forzados de población, que a su vez son condicionantes de crisis sociales en las comunidades que las sufren. Estas situaciones no solo ponen en riesgo la dignidad de las personas, sino que llegan a propiciar situaciones donde se pueden producir violaciones de los derechos. Pero el impacto a nivel individual es incluso mayor generando en las personas afectadas un intenso sufrimiento psicológico.
El modo en que las emergencias humanitarias afectan a las comunidades y a las personas va a depender entre otros factores del tipo de evento que se haya producido. En términos generales se produce desestructuración social y quebranto de los proyectos de desarrollo de la comunidad afectada. También se altera el funcionamiento de los grupos sociales y el papel catalizador que las redes sociales desempeñan en la comunidad. Además, hay que tener en cuenta el contagio del sufrimiento emocional que se produce en una comunidad afectada por una crisis, que hace que se transmitan rápidamente el malestar psicológico, la ansiedad y la desesperanza entre el colectivo.
En el plano individual las crisis humanitarias afectan al equilibrio psicológico de las personas e incluso a su salud mental. Mientras que en los casos de personas con trastorno mental previo se suele producir incremento en la sintomatología o descompensación de estos procesos. Sin embargo, existen además diferentes factores biológicos, psicológicos y ambientales que interactúan para hacer que las personas acaben desarrollando alteraciones psicológicas o por el contrario se muestren resistentes a estas. Por esto, aunque toda la población en el contexto de una crisis puede verse afectada psicológicamente, existen subgrupos más susceptibles. Entre estos se encuentran las personas refugiadas, minorías étnicas, personas con enfermedades crónicas, con trastornos mentales, con discapacidad intelectual, personas de edad avanzada, mujeres sin apoyo familiar, menores no acompañados, o colectivo en exclusión social.
En su conjunto todo esto supone un notable incremento en la carga de problemas psicológicos y psicosociales en los contextos de crisis humanitarias. La amplia gama de estos es difícil de cuantificar, pero según datos de estudios realizados por la OMS los casos de trastornos de salud mental que en contextos normalizados ascienden entre el 10% y 15% de la población, en estos escenarios humanitarios se suelen duplicar alcanzando el 22% de la población. Esto supone una prevalencia de trastornos de salud mental notablemente elevada.
Un análisis más detallado de las alteraciones de salud mental en las situaciones de crisis humanitarias, evidencia que los casos encontrados con más frecuencia son las alteraciones emocionales por el evento y las crisis psicológicas por las amenazas a la supervivencia. También es habitual el estrés situacional derivado de las difíciles condiciones de vida en estos contextos. Sin embargo, es bastante impreciso el límite entre estas reacciones emocionales comprensibles y que suelen ser transitorias, y la alteración psicológica. Se puede decir que esta se produce en el caso de reacciones traumáticas de acontecimientos altamente impactantes vividos, en las reacciones de duelo por la pérdida de seres queridos, o entre otras, en las somatizaciones ante retos difíciles de afrontar. Estos cuadros que pueden llevar a la quiebra psicológica afectan en torno al 13% de la población en estos escenarios.
En los menores afectados, se puede llegar a apreciar desde perdida de interés por el juego y la interacción con otros menores, hasta alteraciones del sueño o la alimentación, o regresiones en el desarrollo como la enuresis nocturna. En los adolescentes también se pueden apreciar perdida de interés por los estudios y alteraciones de conducta que afectan al entorno familiar.
De mayor relevancia en las personas adultas, son los casos de trastornos depresivos y trastornos de ansiedad moderados entre los que destacan los ataques de pánico. Uno de los cuadros más característico en las situaciones de emergencia es el Trastorno de Estrés Postraumático que afecta en diferente grado de intensidad a quienes han experimentado vivencias de alto riesgo para la integridad física. Estos cuadros moderados suponen el 4% de la población.
La dificultad para hacer frente a situaciones complejas conlleva en diferentes casos el consumo de sustancias de abuso. En su mayoría se trata de consumo de alcohol por la disponibilidad y el fácil acceso a estas bebidas, y que condiciona graves desajustes en las relaciones del entorno de la persona. Dependiendo de los escenarios se puede observar el consumo de otras sustancias adictivas que pueden resultar bastante nocivas para quien las consume. Otra conducta altamente desadaptativa son los intentos autolíticos que se relacionan con las vivencias de desesperanza por parte de quien lo sufre y que acaba siendo devastador para la propia persona y para su entorno más cercano.
Los casos más preocupantes son los de aquellas personas que ya presentaban un trastorno de salud mental y que en el contexto de una crisis humanitaria, es altamente probable que se incremente en intensidad o que se descompense. Además, la interrupción de la terapia o el tratamiento aplicado va a agravar notablemente los síntomas. Estos trastornos llegan a afectar al 5% de la población en estos contextos.
La respuesta a las necesidades psicosociales de la comunidad, y a las individuales de las personas afectadas debe formar parte de la estrategia global de intervención de los actores humanitarios que actúan en las emergencias. Las agencias humanitarias de NN. UU. con la OMS como líder y el Comité Permanente Interagencias IASC disponen de un marco de actuación que estructura la cobertura de las necesidades psicosociales y de salud mental en categorías. Estos niveles deben ser cubiertos desde los más esenciales y comunes a la mayoría de la población hasta los más específicos de una forma complementaria. Por esto, previo a cualquier intervención es preciso que la población afectada tenga satisfechas las necesidades básicas necesarias para la supervivencia y asegurada la protección. Esto exige una importante coordinación de las agencias y organizaciones humanitarias por un lado y la implicación de las autoridades locales y agencias de seguridad internacional por otro.
El propósito de las intervenciones humanitarias consiste, sobre todo, en garantizar la supervivencia de la población. Sin embargo, esto por sí solo no basta, ya que las personas deben gozar de unas condiciones de dignidad y sentirse integradas en su ámbito sociocultural. En esta línea es clave actuar para recuperar el bienestar psicosocial de la comunidad. Se trata de mantener la estructuración social mediante el restablecimiento de las redes sociales de apoyo al tiempo que se refuerzan los servicios comunitarios. De forma complementaria se debe facilitar a las personas el acceso a los recursos de ayuda desplegados por las agencias humanitarias. La mejora del bienestar psicosocial es un factor de motivación para el funcionamiento social que va a contribuir a salir más rápidamente de la situación de crisis humanitaria.
Conjuntamente, la respuesta humanitaria persigue hacer frente al impacto psicológico que la crisis humanitaria tiene en las personas y en las familias afectadas. La mayoría de quienes presentan alteraciones emocionales se benefician de intervenciones centradas en el apoyo emocional para los casos más leves, y de intervención en crisis para los casos de mayor intensidad. Para llevarlas a cabo se cuenta con equipos de respuesta y ayuda humanitaria locales capacitados en Primera Ayuda Psicológica.
Quienes experimentan respuestas psicológicas reactivas ante situaciones desbordantes se beneficiarán de intervenciones de counseling individual. Mientras que las intervenciones grupales son considerablemente útiles para el fomento de la resiliencia comunitaria y la cohesión social muy necesaria en estos escenarios. Este tipo de intervenciones pueden llevarlas a cabo counsellors provenientes de la comunidad y entrenados en estas habilidades. Las intervenciones individuales hasta aquí expuestas pueden en determinados contextos, como en los conflictos armados, beneficiarse del establecimiento de hotlines. Estas líneas telefónicas de ayuda psicológica deben ponerse en marcha desde el inicio de la respuesta humanitaria.
Las intervenciones dirigidas a quienes el impacto de la crisis humanitaria les ha originado un trastorno de salud mental leve o moderado suelen precisar terapia. Para proporcionarla se precisa de profesionales de salud mental con experiencia en emergencias. Quienes precisan intervenciones adicionales deben ser remitidas, a través de circuitos de derivación establecidos, a servicios de salud mental locales en funcionamiento, o a los proporcionados por equipos de salud mental humanitarios. Estos servicios especializados van a proporcionar asistencia a personas con trastorno mental grave. Este tipo de atención trata de involucrar a la familia y al entorno más próximo a la persona afectada. Para llevar a cabo intervenciones de calidad se precisa movilizar recursos comunitarios y contar con personal cualificado que con frecuencia no está disponible en los escenarios de emergencia. Existe unanimidad respecto a la necesidad de tratar desde el inicio los problemas de salud mental derivados o agravados en estas situaciones. Una intervención precoz va a prevenir la evolución de estos procesos y su cronificación que acaban teniendo un devastador impacto en las personas que no son tratadas. Sin embargo, la respuesta de salud mental y apoyo psicosocial durante una crisis humanitaria está condicionada por la existencia habitual de sistemas de salud débiles que no están preparados para hacer frente a las grandes necesidades que surgen en estos escenarios. Igualmente, la menor funcionalidad o la interrupción de los servicios, supone un reto para las personas afectadas que los necesitan. A lo que se une la falta de profesionales en parte porque ellos mismos se ven afectados por la crisis o tienen que hacerse cargo de sus propias familias o sufren desplazamiento forzado. Además, el daño o la destrucción de las infraestructuras supone un gran reto para proporcionar atención a la población, que en muchos casos hay que canalizar a través de estructuras provisionales que resuelven parcialmente este problema.
En estas circunstancias resulta necesaria la ayuda proporcionada por agencias y organizaciones internacionales humanitarias. Estas deben ser capaces de proporcionar servicios de salud mental y apoyo psicosocial en emergencias. Esta ayuda debe ser planificada desde el inicio y debe estar incluida de manera integrada en los despliegues humanitarios sobre el terreno. Para esto, es preciso disponer de equipos formados en proporcionar atención en salud mental y apoyo psicosocial, y contar con la experiencia necesaria para que las intervenciones a realizar cumplan con los estándares internacionales de calidad.
Mas allá de las acciones en salud mental y apoyo psicosocial, la respuesta debe complementarse con estrategias de protección de los derechos de las personas con problemas de salud mental. Estas personas se encuentran en un alto riesgo de vulneración de sus derechos en contextos de crisis humanitaria. No solo experimentan dificultades en el cuidado de sí mismos y sus familias, sino que además se enfrentan a actitudes de discriminación en muchos ámbitos. Suelen tener escaso acceso a la ayuda humanitaria, e incluso a experimentar rechazo y estigma social. Frecuentemente, se les niega oportunidades para participar plenamente en la comunidad, llegando en ocasiones a ser objeto de abusos o negligencia. Las organizaciones humanitarias deben contar con una línea de acción para prevenir y afrontar estas indeseables situaciones y llevar a cabo una conveniente promoción de la salud mental a nivel comunitario.
Existe en la actualidad en el mundo humanitario, un gran consenso acerca de que la salud mental y el bienestar psicosocial son claves para el mantenimiento de la funcionalidad de las personas en estos contextos tan demandantes. También son necesarios para el fortalecimiento de la resiliencia comunitaria y para la recuperación de las comunidades en las situaciones de crisis. Las organizaciones humanitarias debemos llevar a cabo muchas más acciones de incidencia para que quienes tienen la capacidad de tomar decisiones políticas destinen más recursos para la salud mental y el bienestar psicosocial en las emergencias.