El terremoto del 14 de agosto de 2021 ha permitido colocar, después de un largo tiempo, el foco mediático en Haití. Durante unos días, el país con más desafíos en términos de desarrollo humano del continente americano y entre los más postergados en el índice de desarrollo humano (IDH) que elabora Naciones Unidas (NN. UU.) -puesto 170 de 189 países en 2020- ha conseguido hacerse un hueco en algunas portadas internacionales y arañar minutos en informativos de radio y televisión.
El terremoto de 7,2 grados en la escala Richter que sacudió los 3 departamentos del sur dejó al menos 2.200 personas muertas y más de 12.000 heridas. Dos días después, la tormenta tropical Grace azotaba el suroeste del país, destruyendo viviendas dañadas e interrumpiendo por momentos las labores de rescate. Se estima que estas catástrofes dejaron, en conjunto, más de 800.000 personas directamente afectadas, de las cuales 650.000 necesitarían ayuda de emergencia y unas 137.500 familias habrían visto sus viviendas destruidas.
No es la primera vez que Haití ha sido noticia en 2021. El 7 de julio, el presidente era asesinado en el palacio presidencial por un grupo de mercenarios. Las investigaciones sobre la autoría intelectual de esta operación se encuentran aún abiertas, con sospechas en figuras cercanas al presidente asesinado, entre ellas, el posterior presidente interino. Lamentablemente, tanto para la población haitiana, como para las organizaciones que nos encontrábamos en el país, este suceso extremo resultaba un pico en el contexto de permanente inseguridad y violencia cotidiana que venía produciéndose hacía meses.
Para referirse a la particular y grave situación que atraviesa Haití, UNICEF y otras organizaciones internacionales han acuñado la expresión “triple tragedia”, que hace alusión a las catástrofes naturales, la violencia de los numerosos grupos armados a lo largo del país y el agravamiento producido por la pandemia de la COVID-19. Pero, más allá de este momento puntual de resonancia internacional, ¿qué más se sabe de Haití?
Haití es conocida como la “primera república negra”, siendo el primer país de América Latina y del Caribe en proclamar su independencia en 1804, con una población mayoritariamente conformada por personas esclavizadas procedentes de África. La independencia política formal fue posible después de contraer una multimillonaria deuda con Francia en concepto de "reparación", deuda que Haití consiguió saldar después de 122 años, en 1947.
El país ha conocido pocos años de calma: guerras civiles, una ocupación militar de Estados Unidos -entre 1915 y 1934-, dictaduras -Duvalier, padre e hijo-, gobiernos déspotas y corruptos, así como derrocamientos de presidentes y hasta cuatro golpes de Estado militares desde 1988. Todo ello sin contar los numerosos intentos de golpes de Estado que no llegaron a prosperar, recurrentes episodios de sublevaciones populares, violentas protestas en distintos puntos del país, así como dinámicas económicas, sociales y culturales convulsas y extremadamente inestables, que siguen sucediéndose.
El adverso contexto ha llevado a las y los haitianos a protagonizar desde hace décadas un auténtico éxodo, que en los últimos años se ha incrementado, con la tesitura de que la situación, lejos de generar una mayor atención y solidaridad internacional, ha devenido en discriminación, violencias racistas y respuestas represivas por parte de los Estados de tránsito y acogida, siendo las más mediáticas las persecuciones a caballo en Estados Unidos y las expulsiones ilegales a través de México. Incluso República Dominicana, país con el que Haití comparte la denominada isla “La Española”, inició en 2019 la construcción de una valla en la frontera entre los dos países, que para 2021 cuenta con 23 kilómetros de extensión.
Actualmente, con algo más de 11 millones de habitantes, Haití ocupa el primer lugar en la clasificación de riesgo elaborada por la Unión Europea entre los países del continente americano y el 17º de un total de 191 a nivel mundial, por delante de numerosos países africanos y asiáticos, incluso algunos en contextos de conflicto armado. Esta clasificación da cuenta de la alta vulnerabilidad que presenta ante los fenómenos naturales, la frágil institucionalidad y las insuficientes y dañadas infraestructuras.
El Resumen de Necesidades Humanitarias (HNO por sus siglas en inglés) elaborado por OCHA para Haití en 2021 indica que más de 4,4 millones de personas en el país podían requerir ayuda humanitaria y afrontarían inseguridad alimentaria, mientras 3,5 millones presentarían múltiples tipos de necesidades. Por ejemplo, señalan que durante el ciclo escolar de 2019-2020, 4 millones de niños y niñas vivieron una reducción de su acceso a la escuela, dejándoles frecuentemente sin acompañamiento de personas adultas. Por otro lado, en 2020, el número de casos registrados de violencia basada en género se había incrementado un 377%.
El HNO señala también una considerable reducción del acceso a la atención sanitaria y a los servicios de agua y saneamiento, que derivó en la reducción de actividades de inmunización, el aumento de la mortalidad materna y de las enfermedades diarreicas, que a su vez son la principal causa de malnutrición infantil. Haití estuvo entre los últimos países en recibir vacunas para la COVID-19 y los procesos de planificación y entrega se vieron significativamente retrasados por el contexto de violencia.
Por su parte, la comunidad internacional muestra un escaso compromiso por la solución estructural de los problemas en el país, que actualmente se encuentra entre las denominadas “crisis olvidadas” por la severa situación que venía afrontando en los últimos años, sumada a su escasa repercusión mediática y a la escasa disponibilidad de ayuda oficial al desarrollo. En el caso concreto reciente del terremoto, la repercusión mediática, sumada al recuerdo del devastador episodio de 2010, produjo una movilización de recursos muy significativa durante los primeros días, para la fase más crítica de actividades de salvamento vital. No obstante, existen muchas dudas sobre si ese interés se mantendrá para las fases de reconstrucción.
La experiencia del anterior terremoto dejó también una serie de lecciones que los actores humanitarios intentan tener presentes. Situarse en el papel de apoyo a las autoridades locales, centrando esfuerzos en la coordinación y distribución geográfica fueron aspectos que se vieron reforzados, y con ello, la sensación de una mayor efectividad.
Mientras, la incansable y compleja sociedad civil haitiana se articula en diferentes espacios para intentar configurar una propuesta de solución autónoma para el país, lo que resulta un gran desafío dado el contexto de inestabilidad y violencia.
Desde Médicos del Mundo hemos concentrado nuestros esfuerzos en responder a las necesidades sanitarias más urgentes en los departamentos sureños de Petit y Grand Goave en los que veníamos trabajando previamente, así como en dar a conocer la situación en España y analizar el acceso a la salud de las personas migrantes haitianas en República Dominicana. Consideramos que, en estas circunstancias, es necesario más que nunca un compromiso político y humanitario a largo plazo con las y los haitianos, que respete su liderazgo para sacar adelante su país, en el que los intereses políticos y económicos internacionales se dejen a un lado y se evite que se vuelva a instalar la negligencia y el olvido.